Golpearse la cara contra el piso,
duele.
Torcerse el tobillo, duele.
Una bofetada, una trompada, un puntapié,
duelen.
Duele golpearse la cabeza con el borde de la mesa,
duele morderse la
lengua, u
una caries y piedras en los riñones también duelen.
Pero lo que más duele es la
saudade.
Saudade de un hermano que vive lejos.
Saudade de una cascada
de la infancia.
Saudade del gusto de una fruta que no se encuentra más.
Saudade
del papá que murió, del amigo imaginario que nunca existió…
Saudade de una
ciudad.
Saudade de nosotros mismos, cuando vemos que el tiempo no nos
perdona.
Duelen todas estas saudades. Pero la
saudade que más duele es la saudade de quien se ama.
Saudade de
aquellos besos que se daban en el portal.
Saudade es básicamente no saber.
No saber si él continúa sin afeitarse por causa de aquella alergia.
No saber si
ella todavía usa aquel top que le compraste…
No saber si él fue a hacerse la
revisión de cada 6 meses por su problema de salud.
No saber si ella sigue
sufriendo en la oficina con aquel jefe…
Si él por fin aprendió a entrar
en Internet y a manejar google.
Si ella aprendió por fin a aparcar de culo.
Si
ella sigue desayunando yogurt griego con granada…
Si ella sigue llorando con
las películas.
Saudade realmente es… ¡no
saber!
No saber qué hacer con los días que son más
largos;
no saber cómo encontrar tareas que detengan el pensamiento;
no saber
cómo frenar las lágrimas al escuchar esa música;
no saber cómo vencer el dolor
de un silencio…
Saudade es la mirada que pone Nick Nolte en la
escena final del Príncipe de las Mareas. Saudade es no querer saber si ella
está con otro, y al mismo tiempo querer saberlo.
Es no saber si él está feliz,
y al mismo tiempo preguntar a todos los amigos de una forma indirecta por eso…
Es no querer saber si él está más delgado o si ella está más guapa.
Saudade es nunca más saber acerca de alguien a quien se ama, y aun
así que te duela.
Molt bonic!
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