Claudio vivía en la estación de tren junto a otras personas que,
por diferentes motivos, también se habían quedado sin casa, sin trabajo y sin
familia. A veces llegaban a intimar y sus vidas parecían menos vacías, acompañados
por las desgracias del otro. No obstante, otras muchas, las personas que vivían
como él se tornaban huidizas, recelosas de que pudiese sobrevenir un mal mayor.
Temían por su vida y añoraban a su familia y amigos, pero esto a él ya
no le afectaba. Es más, en estos momentos deseaba que todo acabara lo antes
posible. Estaba harto de escuchar el sonido chirriante de los trenes o de ver
pasar a personas desconocidas sin detenerse tan siquiera a mirarlo. Casi
siempre era invisible a los demás. Podía desaparecer de este mundo y nadie lo
extrañaría o, al menos, eso es lo que él creía.
Pese a todo, no pudo evitar que una lágrima se derramara por su
mejilla. Qué raro, eso significaba que todavía estaba vivo.
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