Mirar el mar y regresar a las playas de la infancia.
Hay arena entre los huecos de la memoria,
restos de un castillo que la espuma del tiempo deshizo.
Allí vivíamos a salvo de las hienas
y el mundo era una canica azul turquesa
recorriendo la ladera una duna.
Regreso a ese castillo a tu lado
y desde sus almenas vemos pasar a la gente,
hombres y mujeres cansados
que cargan sus sombrillas, sus neveras,
sus cartas de amor, sus facturas,
sus relojes y sus sueños.
Me nombras caballero de la isla que habitamos
y corremos a saltar las olas.
Y desde aquí,
mientras la plata del océano
tiembla en tu risa,
el mundo parece
salvarse de sí mismo.